solo un tema por semana,
y con que le guste al diyei alcanza

lunes, 31 de diciembre de 2012

[10] Propósitos de año nuevo


“Crazy baldheads”, por Bob Marley, en su disco Rastaman Vibration (1976)



A Dolores Giménez Zapiola y Patricio Killian.



Se acaba el año. Y ya que no se acabó el mundo, como anticipaban los intérpretes de los mayas (con exactitud equivalente a la del servicio meteorológico), y que algunos, al parecer, seguiremos molestando un rato más por aquí, tendremos que encarar la idea de que comienza ya mismito un nuevo año, flamante, y hacer, como es tradicional, algunos propósitos.

Por lo general, soy demasiado pacífico y tolerante (ese es el mayor de mis defectos, diría Fontanarrosa), así que mis propósitos son todos malos: tengo un largo listado de maldades para hacer en 2013. Mucha gente nueva, además de Arjona, a quien pegarle una patada en la cara. Empezando, por ejemplo, por el gordito coreano del gangyam style, que hasta me caería simpático si es que no hubieran pasado tres billones de veces su temita bizarro del orto. Mucha fachada para llenar de grafiti. Muchos árboles para derribar sobre autos relucientes. Mucha tinta para derramar sobre camisas impolutas. En honor, entonces, de los malos propósitos de año nuevo, aquí va un reggae de la vieja escuela, con toda la paz y la furia.

Porque lo que caracteriza al reggae es la fusión de ese ritmo simpaticón y tirando a lento con unas letras nada simpáticas, cargadas de crudas descripciones de la realidad yde llamados a la acción política inmediata. Y por eso Bob Marley y Peter Tosh son reggae, y lo que hacen los montones de seudo-seguidores de Bob Marley es otra cosa, un remedo, una copia barata (también tengo en mi listado de propósitos visitar a varias bandas de reggae actuales). Toman la música, la cadencia del ritmo, toman esa percusión de latas de dulce de membrillo, toman el estudio de grabación que suena como el baño de casa, pero le quitan el alma, sabotean la intención de las letras: hacen cancioncitas románticas (como Los Cafres, ponele), o cancioncitas místicas (como Dread-Mar-I), pero a nadie se le ocurre decir lo que todos necesitamos oír de un reggae: una buena propuesta para empezar el año.

Así que elegí “Locos pelados”, un tema poco conocido de Bob: porque todos tenemos algún loco pelado para echar de la ciudad.

La canción figura en los papeles como de Rita Marley y de Vincent Ford, aunque es sabido (como dirían los dothraki de RR Martin) que Marley hizo en realidad todas las canciones, pero repartía los créditos entre sus amigos de la infancia (como Vincent Ford) y familiares (como su esposa Rita) para evitar el cocodrilesco tarascón de pago de regalías a Caiman Music, su primera discográfica, con quien mantenía una disputa contractual.

El disco, Rastaman Vibration, fue un gran éxito en los Estados Unidos, convirtiéndose en el primer (y único) álbum de Marley que entró en el top ten de los charts americanos. A pesar de que un año antes, Bob había alcanzado notoriedad con la excelente canción “No woman no cry”, eso no lo impulsó a hacer un disco de temas románticos: por el contrario, los temas más conocidos de Rastaman Vibration son “War” y “Rat race” (“Guerra” y “Carrera de ratas”); y si no los escucharon, les anticipo que no hablan de lo lindo que es Jamaica en otoño. En palabras de Bob: “Esto no es solo música; también nos preocupamos de que tenga mensaje. En estos momentos, la música no nos importa. Rastaman Vibration es un disco que te invita a pensar. Sus temas no te muestran el camino, pero te permite escucharlo”.

El mensaje del reggae es, básicamente, que el mundo está muy, muy mal, y que tenemos que hacer algo para que eso cambie. Y ese algo no es rezar (por más que confiemos en el poder de Yah).

En el tema, la voz de Bob (tan peculiar) se va mezclando con los simpáticos coritos de las “I Threes” (Rita Marley, Judy Mowatt y Marcia Griffiths). Oración aparte para la percusión de Alvin Patterson, que en mitad del tema pone ese hermoso efecto de cañita voladora digno de Gabi, Fofó y Miliki, que me hace imaginar cómo le estoy pegando una patada en el culo al loco pelado y ¡fiuuuu!, él vuela, vuela por los aires.

¿Por qué se denosta al “pelado”? Bueno, miren una foto de Bob y de sus amigos The Wailers, y ahí tendrán la respuesta: yo también tengo una hermosa y larga melena, y desconfío naturalmente de los pelados (por más que nunca me hice las rastas, porque me parecen bastante mugrientas). El problema, igual, es que el pelado es loco. Loco malo, de esos que  son locos cuando les conviene, y cuya locura en realidad es que no tienen corazón, que se aprovechan, que se roban la comida, el trabajo y el tiempo de los demás sin importarles las consecuencias (“Them belly full, but we´re hungry”, “Ellos tienen la panza llena, pero nosotros tenemos hambre”, dice otro tema de Marley de esos años).

Bueno, ya me cansé por hoy, y quiero guardar energía para pegar muchas patadas en el nuevo año. Recuerden, queridos vaguitos: desconfíen de los reggaes con versos como “a mi vida llegó el amor desde que te conocí”. Les deseo, para el 2013, todo lo mejor, y que logren echar a sus propios locos pelados lo más lejos que puedan.



Crazy balheads

Them crazy, them crazy.
We gonna chase those crazy
baldheads out of town.
Chase those crazy baldheads
out of our town.
I'n'I build a cabin?
I'n'I plant the corn?
Didn't my people before me
slave for this country?
Now you look me with that scorn,
then you eat up all my corn.

We gonna chase those crazy,
chase them crazy.
Chase those crazy baldheads
out of town!

Build your penitentiaries,
we build your schools.
Brainwash education
to make us the fools.
Hate is your reward for our love,
telling us of your god above.

We gonna chase those crazy
chase those crazy bunkheads
chase those crazy baldheads
out of the yown!

We gonna chase those crazy
chase those crazy bunkheads
chase those crazy baldheads
out of the yown!

Here comes the conman,
coming with his con plan.
We won't take no bribe;
we've got to stay alive.

We gonna chase those crazy
chase those crazy baldheads
chase those crazy baldheads
out of the yown.
Locos pelados

Esos locos, esos locos.
Vamos a echar a esos locos
pelados fuera de la ciudad.
Echar a esos pelados locos
fuera de la ciudad.
¿No construí la cabaña?
¿No planté el maíz?
¿Mi gente que estuvo antes
no fue esclava por este país?
Ahora me mirás con ese desprecio,
y te comés todo mi maíz.

Vamos a echar a esos locos,
echar a esos locos.
¡echar a esos locos pelados
fuera de la ciudad!

Construimos tus cárceles,
construimos tus escuelas.
Educación lavacerebros
para hacernos quedar como tontos.
Odio es tu recompensa por nuestro amor,
mientras nos hablás de tu dios de arriba.

Vamos a echar a esos locos,
echar a esos locos cabezahuecas
¡echar a esos locos pelados
fuera de la ciudad!

Vamos a echar a esos locos,
echar a esos locos cabezahuecas
¡echar a esos locos pelados
fuera de la ciudad!

Ahí viene el estafador,
viene con su plan.
No aceptamos ningún soborno;
tenemos que mantenernos vivos.

Vamos a echar a esos locos,
echar a esos locos cabezahuecas
¡echar a esos locos pelados
fuera de la ciudad!

Se despide tan amablemente,
DJ Vago

lunes, 24 de diciembre de 2012

[9] So long, farewell, aufwiedersehen, goodbye



“Todos se van”, de Andrés Calamaro, en su álbum On the rock (2010)



Afuera hace como 36 grados, y la sensación térmica se sale de los charts. Está de más decir que estoy tirado en la cama, quieto, con un tema sonando en el winco y tipeando estas palabras con el sorbete de mi cocacola, estilo Stephen Hawkings.

Pero bueno, a pesar de que no tengo muchas ganas de escribir ni de nada, hoy es lunes, así que aquí va el tema semanal, apropiado para la ocasión. La ocasión de ser lunes, digo: no soy muy de las navidades, así que el villancico de Nochebuena te lo quedo debiendo.

Esta casi-espectacular canción que elegí me permitirá deleitarme, otra vez, hablando un poco de mí mismo, porque como probablemente no saben, este tema lo escribió Andrés Calamaro especialmente para mí. Porque DJ Vago es, desde hace tiempo, un gran amigo de Andrés Calamaro.

Es que tenemos muchas cosas en común. Por ejemplo, cultivamos el difícil arte de mostrar, a fuerza de una indolencia bien disimulada, solamente una pequeña parte de nuestras posibilidades. Él, Andrés, es indiscutiblemente una de las figuras emblemáticas del rock nacional. Ningún músico tiene tantos imitadores (solo por nombrar algunos de los más descarados: Coti, Piti, Guasones, la lista es larga, después se las paso). Pero ninguno de los imitadores tiene el talento de Andrés. Él podría ser el John Lennon del rock argentino, pero eso sería mucho trabajo, y él prefiere utilizar el más sencillo de los recursos poéticos, la rima consonante (ese recurso con el que cualquier infeliz en la televisión junta una palabra con otra, como dos neuronas lipotímicas, para hacer una copla chabacana mal medida y autoproclamarse, por ese mismo acto, poeta). Y Calamaro lo hace bien, porque ya tiene práctica. Y tiene muy buenas ideas, y al escuchar sus canciones uno siente, cada tanto, que son buenas, pero que podrían haber sido canciones excelentes si él se hubiera tomado el trabajo de ponerles un poquito más de onda. Como es el caso de este tema, que casi me encanta. “Todos se van”, es una muestra de ese “arte del mínimo esfuerzo” de Calamaro. Lo escribió, obviamente, pensando en mí, una tarde de diciembre de 2009, en que me visitó para que le devolviera unos discos de Bob Dylan que me había prestado unos quince años atrás.

Aquella tarde, justamente, yo le estaba diciendo esto mismo a Andrés: que yo tendría que haber nacido antes, o mucho después, pero que en realidad ya solo de pensarme en otra circunstancia, me agoto. Y que tal vez podría haber sido un árbol, que es apenas sensitivo, o incluso una piedra, porque ella ya no siente. Afuera no había un alma (como hoy), porque tal vez era feriado (como no es hoy, pero es igual que si hubiera sido, porque casi nadie fue a trabajar) hacía un calor de locos (como hoy, pero tal vez corría un vientito). Y solo nosotros no nos íbamos: yo, porque estaba en mi departamento; Andrés, porque tenía fiaca de salir a asarse al sol, y nos quedamos a escuchar uno de los discos clásicos de Bob (de quien Andrés copia todo lo que podía, y lo bien que hace), y cuando se acababa volvía a empezar una y otra vez, simplemente porque ninguno de los dos tenía ganas de mover un dedo para cambiar de disco (“la pista sigue congelada” no se refiere, como podría parecerle al escucha distraído, al patinaje sobre hielo, sino a una pista musical, es decir, un tema). No nos íbamos, pero nos íbamos espiritualmente, llevados por la poesía del candidato al premio Nobel, Bob Dylan. Andrés, además, se fumó un porro kilométrico, eso lo ayudó también a “irse”.

En la siguiente estrofa parece que me está recriminando que nunca leo y que me comunico, al menos oralmente, con puros monosílabos, como los chinos. Es cierto que no leo mucho. Todo lo que sé es por escuchar a mis seis hermanas durante tantos años. No seré muy leído, pero un par de ellas sí lo son, y yo tengo una memoria auditiva perfecta: recuerdo cualquier cosa que haya escuchado; así que “toco de oído” nomás, pero con fundamentos. Escuchar bien y mirar un poco me alcanza, pareciera. Igual, si me estoy perdiendo de algo importante, avísenme.

Cuando uno está tan concentrado en no hacer nada (lo que es más difícil de lo que suena), el tiempo se pasa volando, y uno ya no está seguro de si comió, de qué hora es o en dónde está. Eso le pasa bastante seguido a mi amigo Andrés, y por eso incluyó esa idea en la primera mitad de la última estrofa del tema. Le faltaba completar la estrofa, y como no se le ocurrió nada, volvió a repetir el famoso verso de Abuelo que utiliza cada vez que puede, sin la menor vergüenza: Cada estrella es otro sol, / cada hombre un soldador / uniendo las partes rotas / del gran espejo interior, canción “Medita sol” de Los Abuelos de la Nada; escuchen el excelente tema “Miguel” que Andrés le dedicó a Miguel Abuelo, donde cuenta cómo le gusta el verso del espejo interior roto.

El videoclip: otra brillante muestra de ahorro de energía. Por ahorrar, hasta se ahorraron de poner un carrete de película de color.

Ya está, me cansé. Más que suficiente por esta semana. Aunque no parezca, yo también me voy, así que antes de derretirme, me despido igual de amable que los niños de la familia Von Trapp, pero bastante menos rubio.



Todos se van

Tendría que haber nacido antes o mucho después; 
además, me da igual. 
Podría haber sido cualquier cosa: 
una flor en el balcón, 
algo vegetal. 

Y afuera, donde es verano,
todos se van, 
todos se van. 
Nosotros, parece que no, 
pero también. 

Parece que no miramos
porque nunca leemos 
o casi no hablamos. 
La pista sigue congelada, 
la ensalada de ayer 
se cansó de esperar. 

Y afuera, donde es verano,
todos se van, 
todos se van. 
Nosotros, parece que no, 
pero también. 

No sé si tengo hambre
o será que no comí
o me olvidé.
Ataba con alambre los pedazos
de lo que alguna vez fue un corazón
del gran espejo interior.

Y afuera, donde es verano,
todos se van,
todos se van.
Nosotros, parece que no,
pero también.



So long, farewell, aufwiedersehen, adiéu:

DJ Vago

lunes, 17 de diciembre de 2012

[8] Francamente


“La primera”, de Joan Manuel Serrat, en su álbum Per al meu amic (1973)



Para Marita Verón, dondequiera que esté.


Esta canción no estaba en mis planes, pero a pesar de que no me muevo mucho que digamos, tampoco vivo en una ostra, y quise incluir algún tema que se relacionara, al menos un poco, con la problemática de la trata de personas y la prostitución, a partir del descorazonador fallo de hace unos días en Tucumán, donde tres tristes jueces decidieron que los testimonios de las víctimas de las redes de trata no servían para demostrar que dichas redes existieran, y que al no estar presente en la sala una chica secuestrada no se podía probar, solamente por múltiples testimonios, que hubiera sido secuestrada.

Quise, pero sin embargo, no es tan sencillo encontrar una canción así. Por lo general, los cantautores que dedican canciones a las putas presentan una visión naif, alegre e idealizada de la prostitución. Por dar ejemplos: Joaquín Sabina (“Canción para la Magdalena”, “Barbie Superstar”, etc.), Manu Chao (“Me llaman Calle”) y Ricardo Arjona (“Marta”). Un día de estos pongo el listado completo, al costado. Sabina y Manu Chao serán, en líneas generales, mucho más rescatables que Arjona, pero en este aspecto son los tres lo mismo.

Serrat, en cambio, siempre fue un muchacho de familia y, por cierto, nunca debe haber tenido dificultades para encontrar pareja sentimental o sexual, permanente o momentánea, lo que fuera. Durante al menos dos décadas, no hubo en este continente chica que no se derritiera por Serrat o Sting, o por los dos.

Pero en esta canción, y con menos de veinte años, Serrat hace lo que mejor hacía, y lo que lo convirtió (para la familia Vago, al menos) en un ídolo: cantarle, con sensibilidad y talento, a las cosas cotidianas de su pueblo. Lamentablemente, eso solo lo podía hacer en catalán, así que quienes nunca escucharon los discos en catalán de Serrat conocen solamente la peor mitad de su obra. Mientras que las letras en castellano de Joan son (a veces) un poquitín pesadas, medio forzadas y algo sosas, en catalán fluyen, y son más frescas, y agudas, y memorables. Basta comparar, por ejemplo, para el tema de los campesinos pobres, canciones casi simultáneas como “Els veremadors” (un temazo) con “Manuel” (en el top five de las peores canciones de JM, llena de rimas como “no hubo/mendrugo” y “fosa/esposa”). En sus primeros discos en catalán, Serrat le hace canciones a su calle, a sus vecinos, al trapero, a la muerte de su abuelo pescador, a su tía solterona, a sus primeros amores (canciones en las que él siempre se está yendo, porque quiere ser libre), a los que volvieron o no volvieron de la Guerra Civil, a los amigos de la infancia, etc.

Y en este tema (que no es, ni cerca, uno de los mejores de él, y ni siquiera está entre los mejores del disco, que es buenísimo), Joanito toca una cuestión muy poco mencionada en el cancionero mundial: la costumbre, generalizada durante incontables generaciones de padres (inclusive hasta no hace tanto, y probablemente debe seguir existiendo en muchos lados) de “llevar a debutar” al adolescente varón de entre 12 y 15 años con una prostituta, para que “se haga hombre”. En general, al pibe lo llevaba el padre, o a veces, si tenía, el hermano mayor. No me pregunten cuáles eran los motivos de tal costumbre, porque se me escapan. Pero sí imagino que a casi ningún adolescente le causaría mucha gracia tal situación. Aunque claro, nadie hablaba en público del asunto. Excepto Juanito, que no se nos callaba nada, y con gran aplomo, nos cuenta una historia amarga, cruda, pero no políticamente correcta (porque Serrat no es políticamente correcto: es como es, y no se autoproclama como modelo de conducta), contrastando su fantasía romántica adolescente con la realidad que le imponen, repitiendo, estrofa a estrofa, la palabra “francamente”, que como una letanía nos va avisando, como para que no protestemos después, que lo que sigue está empapado de franqueza, y que “la primera” no fue la rubiecita pecosa que subía con él al tranvía, como soñaba, sino una desconocida sin nombre y sin posibilidad de elegir sobre el destino de su propio cuerpo y su propia vida, harta y explotada por diez mangos (“diez duros”). Porque a casi ninguna prostituta, sea víctima de una red de crimen organizado o no, le agrada ser prostituta: es un mito urbano, como el de los homeless que “viven en la calle porque les gusta” o las adolescentes que se embarazan porque les encanta hacerse abortos clandestinos, solo para escandalizar a las viejas de Recoleta y a los curas católicos. Eso no quita que la puta quiera defender su trabajo, y que exija mínimas condiciones para poder realizarlo sin morir: pero ni siquiera para la más militante, la prostitución es el trabajo ideal que soñó realizar, como pareciera que sucede en ciertas canciones de Sabina y varios otros.

En “La primera”, ella por cierto no está contenta, y él tampoco. Él es, en una forma distinta, víctima también de que las cosas “sean como son”, y de que no dejen elegir con quién “hacer el amor” (porque Serrat lo llama “amar”; recuerden que la canción es de hace cuarenta años y está Franco a pleno en el gobierno, si decía “coger” lo colgaban de la estatua de Colón en el puerto de Barcelona). Y él dice que no le da vergüenza ni lo lamenta, y que ya es parte de su historia, pero por cierto, francamente, no es para él un recuerdo agradable, sino una frustración, una memoria dolorosa, por la doble violencia (a ella y a él) impuesta por la sociedad y por el abismo que separa esa situación de lo que él imaginaba-deseaba que fuera su primera experiencia sexual: nada de pajares ni tiernos arrumacos sin prisa, sino sensaciones bastante más desagradables y crudas, que menciona con pocas palabras pero lo suficiente como para hacerse una idea, como cuando menciona “sintiendo el olor de otro que llegó antes que yo”.

Pero el adolescente es “benevolente” (aunque en realidad queda claro que no tenía ninguna opción de oponerse, así que la palabra no parece, por esta vez, bien elegida), y acepta “comer lo que encuentra por la calle”. Y ahí, en la frase final, el narrador dice las palabras claves: “como usted”.  ¿Quién es ese “usted” al que se señala con el dedo y que acepta/permite la situación, que eterniza, utilizándolo, ese sistema absurdo de alquiler-compra-venta de cuerpos humanos? Es el varón adulto en general, es la parte de la sociedad que hace que las cosas “sean como son”. Creo que no debe haber causado mucha gracia este tema, y probablemente no lo habrán pasado mucho por las radios. Cierto que en esos años no se podían pasar canciones en catalán por la radio, me había olvidado. Pero si hubieran podido, por cierto que no hubieran elegido este tema, porque es mucho mejor callarse, dejar que las cosas sigan como son y no hacer olas, aunque eso signifique sufrimiento, esclavitud y muerte para miles y miles de personas.

Por esta vez no voy a dejar el tema todo el fin de semana, porque se vuelve un poco difícil de aguantar, después de un tiempo. Como la realidad.



La primera

Francament,
m'hagués agradat molt més
que hagués estat primavera
i la primera
fóra aquella nina
rossa, prima i pigarda
que cada tarda
pujava amb mi al tramvia
quan el jorn s'endormia.

Francament,
m'hagués agradat molt més
que el teu cos fart
de “deu duros i el llit a part”,
però això va com va,
i en aquell temps no em van deixar triar.
I no em sap greu,
ni em fa vergonya
que fos en la teva pica
el meu bateig d'estimar.
Vares ser honrada i sincera,
i la primera
de segona mà.

Però, francament,
m'hagués agradat molt més
que aquell catre, una pallera
on la primera
s'hagués deixat dur amb vergonya,
entre mentides i un xic de conya,
i anar fent, sense pressa,
regalimant tendressa.

Francament,
m'hagués agradat molt més
que fer d'aprenent
quan a la porta espera una altra gent,
sentint l'olor
d'un altre que va lleure abans que jo.
I no em sap greu,
ni em fa vergonya,
ets part de la meva història
i per aixó et puc dibuixar
desitjant baixar bandera.
Ai, la primera
de segona mà.

Francament,
m'hagués agradat molt més
que hagués estat primavera
i fos la primera
la continuació d'aquelles
històries verdes,
romanços tendres
que el germà gran mentia
assegut a la voravia.

Francament ,
m'hagués agradat molt més.
Benevolent,
li agraden verges a l'adolescent,
però com vostè
es menja el que troba pel carrer.
La primera

Francamente,
me hubiera gustado mucho más
que hubiese sido primavera
y que la primera
fuera aquella chica
rubia, flaca y pecosa
que cada tarde
subía conmigo al tranvía
cuando el día se dormía.

Francamente,
me hubiera gustado mucho más
que tu cuerpo harto
de “diez duros y la cama aparte”,
pero las cosas son como son
y en aquel tiempo no me dejaron elegir.
Y no lo lamento
ni me da vergüenza
que fuese en tu pila
mi bautizo de amar.
Fuiste honrada y sincera,
y la primera
de segunda mano.

Pero, francamente,
me hubiera gustado mucho más
que aquel catre, un pajar
donde la primera
se hubiera dejado llevar con vergüenza
entre mentiras y algún chistecito
e ir haciendo, sin prisas,
derramar ternura.

Francamente,
me hubiera gustado mucho más
que hacer de aprendiz
mientras en la puerta esperan otra gente
sintiendo el olor
de alguien que llegó antes que yo.
Y no lo lamento
ni me da vergüenza,
eres parte de mi historia
y por eso te puedo dibujar
deseando bajar bandera.
Ay, la primera
de segunda mano.

Francamente,
me hubiera gustado mucho más
que hubiera sido primavera
y fuera la primera
la continuación de aquellas
historias verdes,
cuentos tiernos
que el hermano mayor mentía
sentado en la vereda.

Francamente,
me hubiera gustado mucho más.
Benevolente,
le gustan vírgenes al adolescente,
pero como usted
se come lo que encuentra por la calle.


Se despide hasta la próxima este cronista de segunda mano,
DJ Vago

lunes, 10 de diciembre de 2012

[7] De toros perdidos


“La del toro”, por la Bersuit, en su álbum Hijos del culo (2000)


 A Florencia Lamas y Diana Casse.


Y sí, a veces las circunstancias nos agobian, y parecemos a punto de naufragar lenta pero inexorablemente en el mar de nuestras líquidas desgracias; pero hay que sobreponerse, como diría mi amigo personal Andrés Calamaro, “con farmacia y con aguante” y darle para adelante (como rimaría, también, mi amigo Andrés), porque somos muchos los que tenemos, como se dice en este tema de la Bersuit, “huevo´e toro y alma de buey”.

Esta canción de Bersuit muestra una especie de rock-fusión-flamenco, pero mientras Los Rodríguez lo hacían en serio (como en “Sin documentos”), la Bersuit evidentemente lo hace con la pura intención de cagarse de la risa. El tema es muy gracioso, y el video es más desopilante todavía; sin embargo, aunque los mismos autores quieran esconderlo, el tema tiene sus profundidades filosóficas y puede darnos mucho pasto para rumiar.

“La del toro” es, obviamente, una referencia guaranga como tantas presentes en los temas de la Bersuit (me remito, sin ir más lejos, al título del álbum). Podría remitir inocentemente a “la canción” del toro, pero no, yo creo que más bien hace referencia a los genitales taurinos: el epítome de la potencia animal, de la vitalidad re-productiva.

Comienza el tema, en tono de lamentación y letanía ibérica, con Gustavo Cordera (dueño de una mirada entrañable y, a la vez, divertida) vestido de traje y corbata, caminando por calles atestadas o viajando en colectivo (el 152), y lamentándose ante una especie de santo con peluca (pero que en realidad es un juez: el peso de la ley, de la norma) de su vida urbana, en la que hasta las acciones más necesarias y básicas (comer y dormir) se sienten como una imposición, como una tarea agobiante, como parte de ese “traballiar” sin sentido que lo hace exclamar: “así no puedo máis”.

Queda planteado el problema y termina la introducción, y empieza el tema, en 4/4 (por última vez te repito que no es “a cuatro colores”, sino “ritmo de cuatro tiempos”), un tema en versos octosílabos que calca la estructura de las tradicionales coplas españolas (“voy a hacer una escalera / para subir hasta el cielo / y quitarle los clavos / a Jesús el Nazareno”); pero la Bersuit propone “fabricar una bandera / pa´ que sepas lo que quiero / sin decirlo nunca más”. El acercamiento al otro, a ese que “se quiere pero se espanta”, podría resolver quizás el alienamiento en que se vive, pero esa mirada del otro solamente sirve para controlar, para cohibir la risa, para impedir la alegría. En última instancia, para que la vida se pase envuelta en rutina y sinsentido, lo que determina el fracaso rotundo de desperdiciar el tiempo que tenemos para vivir: “no hay fracaso más rotundo / que haberse venido al mundo / pa´ morirse [“aburrirse”, dice al repetir el estribillo] y nada más”.

Aparece en el video un mundo paralelo a esa monotonía urbana: un tablado flamenco lleno de bailaores que la pasan bomba, y donde Cordera y los demás músicos ahora están sin corbata, participando de esa fiesta españolísima, que deriva sin escalas (como en los sueños) en una plaza de toros donde un torero muy parecido al limitado actor de “Shakespeare apasionado” (Ralph algo, me da fiaca buscar el nombre, sabrán perdonar) clava, en vez de banderillas, dos enormes jeringas al toro, lo que da pie a una de las mejores (en mi ránking, al menos) frases del rock nacional: “No droguen más al toro: dróguenme a mí”. Frase que es una inspirada propuesta en defensa de los animales, pero comenzando por los humanos. Pues, aunque tenemos atenuantes, somos animales también (“soy un animal también, soy un animal / casi como todos los demás”, como propone “La rumba del perro”: hoy todas las referencias me rumbean hacia Calamaro).

Lo que se pide es un medio de escape a esa realidad agobiante, algo que permita romper los grilletes de la norma, del deber ser cotidiano (que afrontamos con “alma de buey”). La identificación con el toro encerrado se hace (por si era necesario) más explícita aún, y vemos a Cordera girando sobre sí (al mejor estilo Mujer Maravilla) hasta convertirse en un toro que sale, como si nada, del subte (lo que me recuerda esa otra notable escena de alienación urbana: los obreros saliendo de la fábrica en Tiempos modernos, de Chaplin, y cómo se los compara con las ovejas amontonándose a las puertas del corral), y se apresta a enfrentarse con el sistema, encarnado en torero (y azuzado-vitoreado por los figurones del establishment: un obispo, un juez, un político galerudo y dos militares).

La conclusión es otra hermosa frase, que los defensores de los animales (ponele Greenpeace) deberían tomar como consigna de lucha: “Me voy a disfrazar de toro / y a dar por culo al torero”, dicho esto con gran determinación española y remarcando la “c” con enjundia. En el mundo paralelo (viaje onírico o trip farmacéutico), el torero es efectivamente derrotado por “la del toro” (aunque termina gustándole, aparentemente) y la vida se abre paso, como en Jurassic Park, para la libertad del toro y el escandalizado santiguarse del cura.

[Inicio una digresión aquí para expresar mi opinión de que las corridas de toros serían un espectáculo realmente notable, lleno de emoción y arte y morbo y colorido, si no fuera porque invariablemente se termina torturando y matando al toro. ¿Hay necesidad? ¿No sería mucho mejor terminar la corrida sin clavetear repetidamente y en patota, machacar y matar al pobre animal? ¿No permitiría eso que los “mejores” toros (los más bravos, los más amenazadores y rápidos en lanzar sus cornadas) puedan repetir su performance? ¿No tendría más mérito, para un torero, torear a un toro que ya toreó tres o cuatro veces y, por lo tanto, aprendió y adquirió mañas nuevas? ¿No permitiría eso comparar mejor la actuación de un torero con otro, a partir de cómo torean ambos a un mismo animal? ¿No sería una contienda más justa pelear contra un animal sano y entero, en vez de hacerlo con uno lleno de sangre, con diez picas clavadas en el lomo y que apenas se puede sostener en pie? Y no me vengan con el valor de las tradiciones, porque el paso del tiempo no aporta ningún valor en sí: cuando algo es malo, no lo hace menos malo el que venga durando desde hace un montón de años. Los curas pederastas y los milicos torturadores también son una tradición de larga prosapia en occidente, y yo al menos no tengo ningún interés en ensalzarla y protegerla. Defendamos lo bueno. Sí a las corridas, siempre y cuando no me lastimen al toro.]

Sin embargo, no cantemos victoria: la canción no termina bien. El sueño se diluye, el viaje concluye y vuelve la realidad a tomar su posición dominante: otra vez tenemos que trabajar y que comer y que dormir, y nos “quedamos alzados”, sin posibilidad de descargar la potencia vital que venimos acumulando/escondiendo en nuestra rutina. Si la Bersuit fuera García Lorca, hasta acá llegaba todo: solo nos queda cortarnos las venas. Pero no, aquí hay un espacio para la esperanza: el cierre del video muestra que ese tablado flamenco lleno de colores y risas no desapareció, sigue existiendo, y que allí está aún el pelado descamisado y sonriente, rebosante de alegría. ¡Hay esperanza, y olé oléi!

Este es un tema muy alegre, en definitiva, y al escucharlo dan ganas de bailar y saltar.
Pero me aguanto.




La del toro

Que tengo que comer…
Que tengo que dormir…
Que tengo que traballiar…
Y así... no puedo máis.

Voy a fabricar una bandera
pa´ que sepas lo que quiero
sin decirlo nunca más ...
No me encierres la cabeza,
tu mirada es muy espesa
solo está pa´ controlar.

Que si aguanto te odio tanto,
que si te quiero te espanto,
que me río y te hace mal.
No hay fracaso más rotundo
que haberse venido al mundo
pa´ morirse y nada más.

Que tengo huevo ´e toro y alma de buey
Y ando a las cornadas con la ley.
En tu manto de sangre me correréi
Si vienes con la espada, olé y oléi.

Llevo años esperando,
a veces arrodillado,
mendigando algo de amor.
Te doy todo lo que tengo,
lo que no es mío vendo,
pa´ pasarla algo mejor.

Que si aguanto te odio tanto,
que si te quiero te espanto,
que me río y te hace mal.
No hay fracaso más rotundo
que haberse venido al mundo
pa´aburrirse y nada más...

No droguen más al toro, dróguenme a mí,
preciso fantasía pa´ seguir.
Que no droguen más al toro, dróguenme a mí,
hay que darse coraje pa´ vivir.

Me voy a disfrazar de toro
y a dar por culo al torero.
Que me voy a disfrazar de toro
y a dar por culo al torero.
Que me voy a disfrazar de toro
y a dar por culo al torero.

Pero tengo que comer…
Tengo que dormir…
Mañana hay que trabajar...

No quiero más,
no pienso más,
no puedo máis,
¡me quedo alza´o!



Se despide alzando (apenas) los cuernos,
DJ Vago

lunes, 3 de diciembre de 2012

[6] Chupaos esa mandarina, Watson


“El testament d´Amelia”, anónimo medieval del siglo XIV, interpretado por Joan Manuel Serrat en Cançons tradicionals (1967)


Para los que me mandaron anónimos quejándose de que estaba poniendo temas demasiado nuevos y comerciales, acá tienen: esta canción tiene apenas setecientos añitos, y contando. Estuvo primera en los charts europeos durante 5.249 semanas, y obtuvo 235 discos de lino bordado, cuando los discos se utilizaban solamente para apoyar las copas encima. Hubiera convertido a su autor en la gran figura musical de la Alta Edad Media, pero es un tema anónimo, así que el crédito se lo llevará, por esta vez, el pueblo catalán y (un poquito) Joan Manuel Serrat, que a los veintitrés añitos decidió grabar un disco de canciones medievales.

Esta es ocasión inmejorable para que haga una de las cosas que más me gustan en la vida (solo que pocas veces junto la energía para hacerlo): hablar de mí mismo.

Porque voy a decirles, si no lo adivinaron ya, que Vago es un apellido catalán, y que mi nombre, S., fue puesto en honor de Serrat. Tengo seis hermanas, todas mayores. Soy, por lo tanto, el benjamín de la familia. El nombre de mi padre es Josep Vagot; cuando nací, mi madre vasca, Condescendencia Iturraspe, lo instruyó en estos términos: “Ya que no has parido, al menos ve a anotar al niño en el registro civil”. Eso hizo mi padre, de mala gana. Es una costumbre familiar de los Vagot nunca pronunciar las últimas letras (“Nunc pronunciam l´últim letr d´la palabr”, diría meu pare Josep, a quien todos en casa llamábamos Yusé). Entonces, el empleado del registro civil anotó lo que escuchó, Vago, y mi padre, aunque detectó el error, no tuvo ganas de corregirlo. Con el nombre de pila hubo un breve altercado, porque querían ponerme Serrat, pero no estaba en la lista de nombres permitidos. El empleado del registro civil ofreció Serafín y Silverio, pero mi padre no aceptó. “Póngale S”, dijo, cansado de discutir. “¿S qué?” “S y punto”, respondió mi padre, y eso hizo el empleado, que bien podría haber sido un familiar lejano. Así obtuve mi nombre, S.; no hay muchos nombres con puntuación incluida, así que lo considero casi como un honor, aunque estoy un poco podrido de que me pregunten, cuando me presento, “¿Diminutivo de Ezequiel?”.

Pero bueno, basta de mí, que ya me estoy agotando antes de empezar, y hay mucho para decir sobre el testamento de Amelia. La canción es lenta (Serrat podría haberla hecho un poquitín más rápido, para mi gusto, pero es Serrat y no voy a ser yo quien lo critique). La melodía es tristona, pero muy bella, casi como una canción de cuna . La letra es un romance tradicional, y al igual que la música, derivó en los últimos setecientos años en muchísimas versiones diferentes.

Joan Manuel Serrat tomó, para la música, la versión más famosa, la del insigne guitarrista Miguel Llobet (que tiene una particularidad: requiere, para su ejecución, que la cuerda más grave de la guitarra se afine un tono más grave, en re en lugar de en mi).


Serrat armó, con ayuda de Antoni Ros-Marbà y bajo la dirección artística de Salvador Gratacòs, una versión para orquesta, aunque la orquestación es tan simplona que bien podría haberse obtenido igual resultado con un cuarteto de cuerdas, un clarinetista manco y un penderetero suplente.

Para la letra, Joan tomó una decisión absolutamente genial: de todas las versiones existentes (y les aseguro que son muchas), eligió la más escueta de todas, la más breve; la que resulta, por lo tanto, más brutal al llegar a su desenlace.

Porque los medievales vivían, en promedio, exactamente la mitad que nosotros, habitantes del siglo XXI, así que no tenían ningún tiempo que perder, y tal vez por eso la letra del tema va al grano y no se detiene en detalles. Es, en mi humide opinión, la primera canción de género policial de la historia. Tal vez sea la única, pero confirmarlo me llevaría mucho trabajo, así que se los dejo a ustedes.

Paso a glosar, entonces, esta historia policial detectivesca digna de Agatha Christie.

Ya en la primera estrofa, en menos de veinte palabras, Anónimo plantea casi toda la situación inicial: la princesa Amelia (en algunas versiones, Mafalda, lo que permite un juego de palabras en el primer verso: “Mahalta està malalta”) está enferma. No es una princesa cualquiera, sino la hija del “rey bueno” (posiblemente, alguno de todos los Berengueres que pulularon durante la medievalidad regional; digamos, por decir, Berenguer III “El Grande”). A la enferma la van a ver condes y nobles (aunque en otras versiones se dice que en vez de condes la van a ver metges, médicos). Este es el primer indicio: ¿por qué la va a visitar tanta gente importante? Pues porque Amelia es huérfana de padre, el “buen rey” ya murió, y su hermano (que aparecerá más adelante en la historia) no está disponible, por lo que Amelia es, si no inminente reina (no había mucho cupo femenino, en la época), al menos potencial madre de reyes futuros. Es una heredera joven, muy adinerada (como se verá) y está gravemente enferma. En la versión de Serrat, los médicos ya no van a verla: está, por lo tanto, desahuciada; ya nadie cree que sane.

Viene el estribillo, tan breve: el corazón se me mustia como un ramo de claveles. ¿Quién es ese “yo” al que se le estruja el cor? Podría ser Amelia (que se mustia rápidamente), o podría ser simplemente el cantor, conmovido por la situación de la princesa; o los dos a la vez (remito a mi reflexión sobre el gato de Schrödinger, en alguna semana previa que me da fiaca chequear). No se aclara, no hay tiempo que perder: es la Edad Media, loco.

Entra, en la segunda estrofa, un nuevo personaje, que llama a Amelia “mi hija”: por un momento, pensamos que es el buen rey, pero no, porque enseguida Amelia le contesta y nos confirma que es la madre. La madre le pregunta qué mal la aqueja. Amelia le responde crípticamente: “Vos sabés muy bien, qué mal tengo yo”. Cualquiera que escuche esto se da cuenta, hoy y hace setecientos años, que Amelia está acusando a la vieja de algo. No sabemos bien de qué, ni por qué, pero aparentemente la madre tiene cierta responsabilidad en la enfermedad de su hija, y sabe lo que el resto del mundo parece ignorar: la naturaleza de dicha enfermedad.

La madre, viéndose acusada, se va por la tangente: “Bueno, confesate de eso”; es decir, contale a tu cura confesor-confidente esas sospechas, yo no tengo nada que responder. Y ahora viene el punto: “Y una vez que estés confesada, harás tu testamento”.

Ajá: con que esas teníamos. Eso quiere la madre: que la hija haga su testamento. ¿Por qué? Porque quiere ligar algo. Y quiere, sobre todo, estar presente, saber qué es lo que le va a dejar la hija (la heredera) cuando muera. No le pone muchas fichas a la curación de la hija. No le levanta el ánimo, precisamente.

En la cuarta estrofa, y ahorrándonos todas las escenas intermedias, es Amelia la que habla, y ya está dictando su testamento, que se extiende hasta la quinta y última estrofa. En algunas variantes del texto, Amelia detalla a quién dejar sus ricas ropas; pero en todas incluye, en el testamento, un número escalofriante de propiedades inmuebles. En esta versión sintética, se da cuenta de siete castillos (siete es, diría Borges, un atajo del infinito: Amelia es multimillonaria, para la época). Los siete castillos los reparte entre su Dios, su pueblo y su familia, mostrando la importancia relativa que da a cada elemento de la tríada: un castillo a los pobres, dos a la iglesia, y cuatro a su hermano Carlos. Nuevo enigma: ¿por qué no está presente su hermano, tan querido, y heredero varón del “buen rey”, por añadidura? En otras versiones del texto se da a entender que Carlitos está en Francia, prisionero o guerreando; por eso no entra en la tensa escena del testamento, que transcurre en un ámbito íntimo del que solo participan, además de Amelia, su madre y los anónimos testigos y el anónimo escribiente, que ni siquiera se mencionan porque no son esenciales; y, como se dijo, “¡This is the Middle Age!” (y el embajador cae al pozo ciego).

Llega la última estrofa, el final del testamento, que en algunas versiones está precedida por la impaciente e interesada pregunta de la madre: “¿Y a mí, qué me dejás, hija mía?”. Amelia anuncia: “Y a vos, madre, te dejo a mi marido, para que lo tengas en tu habitación, como desde hace tiempo hacés”.

¡Chan! Chupaos esa mandarina. Nos desayunamos, en dos brutales versos, de tantas cosas que quedamos noqueados: por lo pronto, Amelia no es una niña, sino una mujer adulta, y está casada. ¿Dónde está su marido? No con ella, por cierto. Mientras la mujer está enferma, él está “entreteniendo” a su propia suegra. La doña (pecando de optimismo) espera ligar algún castillito, pero no: le dejan solamente lo que ya usufructua de antes: el dorima de la hija.

Gran desilusión, supongo: la madre tenía, evidentemente, muchas expectativas sobre el testamento de Amelia. Tanto como para apurar a su hija a que lo redactara. Y más aún: tanto como para ser ella la causante de la enfermedad. En diversas versiones del romance, Amelia se queja de que la “medicina” que la madre le da desde hace tiempo es, en realidad, un veneno que la está matando. En otra de las versiones se da una variante más rebuscada, pero verosímil: la madre la envenenó mediante un ramo de claveles; el veneno entró a ella junto con el aroma de las flores. Este modus operandi vuelve macabra y nada inocente la mención de los “claveles mustios” del estribillo.



Una pinturita, la mami. Tiene motivo (quiere quedarse con la plata y con el marido de la hija), oportunidad (está casi sola en la corte para “cuidar” a la nena, ante la ausencia de Carlos y del finado rey) y medios (los claveles asesinos o, en su defecto, los medicamentos adulterados). Elemental, Watson.

Podríamos proponer que Amelia delira a causa de su enfermedad, que ve complots donde no los hay y que acusa injustamente a la madre. Si los deja tranquilos, piensen eso, pero yo le creo a Amelia: así avanza la literatura. Además, una historia de delirios infundados no sobrevive a setecientos años de hits.

Sexo semi-incestuoso, dramas familiares y crímenes aberrantes: después dicen que lo medieval es aburrido.

El único link que encontré con este tema tiene un insufrible popurrí de fotos de Serrat más o menos actuales. Si pueden, no lo vean: escuchen nomás.

Voy a seguir escuchando este tema toda la semana, a ver si descubro algo más. Si eso sucede, seguramente lo agregaré en un recuadrito a la derecha.




L'Amèlia està malalta,
la filla del bon rei.
Comtes la van a veure,
comtes i noble gent.

Ai, que el meu cor se'm nua
com un pom de clavells.

Filla, la meva filla,
de quin mal us queixeu?
El mal que jo tinc, mare,
bé prou que me'l sabeu.

Filla, la meva filla,
d'això us confessareu.
Quan sereu confessada
el testament fareu.

Un castell deixo als pobres
perquè resin a Déu.
Quatre al meu germà en Carles.
dos a la Mare de Déu.

I a vós, la meva mare,
us deixo el marit meu
perquè el tingueu en cambra
com fa molt temps que feu.

Ai, que el meu cor se'm nua
com un pom de clavells.
La Amelia está enferma,
la hija del buen rey.
Condes van a verla,
condes y gente noble.

Ay, que el corazón se me mustia
como un ramillete de claveles.

Hija, mi hija,
¿de qué mal os quejáis?
El mal que yo tengo, madre,
harto bien lo conocéis.

Hija, mi hija,
de eso os confesaréis.
Cuando estés confesada,
el testamento haréis.

Un castillo dejo a los pobres
para que recen a Dios.
Cuatro a mi hermano Carlos,
dos a la Madre de Dios.

Y a vos, madre mía,
os dejo a mi marido
para que lo tengáis en la alcoba
como hace tiempo que hacéis.

Ay, que el corazón se me mustia
como un ramillete de claveles.


Se despide con un suspiro, extenuado,
DJ Vago