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lunes, 30 de enero de 2017

[179] Metamorfosis de la parra



“Volver a los 17”, de Violeta Parra (1962), por Camila Gallardo (2015)


Como cuarta y penúltima entrega de la serie “Original versus cover”, regreso a la luz tras una semanita en el infierno y les presento mi tema favorito de la grandísima Violeta Parra, “Volver a los 17”, una especie de sirilla metamorfoseada, compuesta en 1962 y grabada en el 66 como parte del disco Las últimas composiciones (considerado por muchos el mejor disco chileno de todos los tiempos, y del que ya reseñé, en mayo de 2013, “Mazúrquica modérnica”, en mi posteo 30).



Yo le tengo cariño a Violeta y me gusta su voz (quebradita por momentos, vulnerable) y su tonadita chilena, pero ni aun sus fans podemos proponer que era una gran cantante: su fuerte no era ese. Y aunque esta canción tuvo buenos covers, ninguno nunca me convenció demasiado (ni siquiera los de Mercedes Sosa o mi tío Joan), pero en mi habitual repaso de todos los realitys musicales de todos los países del mundo (ser Vago es un trabajo full-time, qué se piensan) escuché un cover de Camila Gallardo, jovencísima cantante chilena, una de las finalistas (aunque era mi candidata, no ganó) del reality “The Voice - Chile” en 2015, y me encantó.



Además, como el primer verso de la canción es “Volver a los diecisiete después de vivir un siglo”, me pareció una señal celeste que estemos casi casi a un siglo del nacimiento de Violeta, y que Camila tenga casi casi diecisiete (uno más apenas cuando grabó su cover, al día de hoy tendrá 19).

Aunque Serrat cantó esta canción en su regreso a Chile tras diecisiete años de estar proscrito por la dictadura pinochetista, este “Volver a los 17” de la canción no es, en realidad, como el del tango “Volver”, un regreso a un lugar (“con la frente marchita”) después de transcurrida una culada de años en el exilio (“que veinte años no es nada”, etcétera): aquí lo que se plantea es que una persona (el cantor, la cantora) que ya tiene cien años (o, más probablemente, no llegue a tanto, pero se sienta viejísimo/a) regresa a la juventud, a cuando tenía decisiete años.

Seguramente es la trama de una comedia pedorra hollywoodense que por suerte no vi (protagonizada por Adam Sandler o algo así), pero más bien, en este caso, una transformación mitológica, una metamorfosis (“Ovidio”, me susurra mi hermana la tercera mientras me pasa un mate y entorna los ojos en súbito pestañeo, por lo que supongo que está haciendo una referencia literaria).

Violeta plantea esta metamorfosis mítica, por momentos, con imágenes y palabras religiosas (aunque no lo son del todo), como salidas de una escritura sagrada (“frente a Dios”, “el arco de las alianzas”, “pureza original”, “serafín”, “alma”, “peregrino”, “querubín”), en décimas de octosílabos, casi como una payada, cinco estrofas bordadas con la repetición del estribillo, que es genial.

Esta canción fue incorporada, apenas compuesta, en el listado de canciones prohibidas por la dictadura de Pinochet. A diferencia de “Què volen aquesta gent?” (vean dos posteos atrás), este tema no toca, ni de costadito, la actualidad ni la política. ¿Por qué prohibirlo, entonces? Tal vez lo censuraron porque no lo entendieron: no me extrañaría. O tal vez sí entendieron que una canción que toca tan bella y sutilmente temas tan importantes como el amor, el tiempo y el cambio no puede ser otra cosa que arte (subversivo del poder y lo establecido, como todo arte que se precie), y por eso la prohibieron. ¿O habrán pensado que era anti-católica? No importa, no perderé más tiempo intentando descular qué pensaron los momias pinochos.

Sí recuerda un poco, la onda de la canción (me dice mi hermana), a esos poemas místicos cristianos, tipo los de Santa Teresa de Jesús, que si en vez de estar dedicados a Jesús estuvieran dedicados a otro tipo, serían considerados literatura erótica hasta las verijas.
Las primeras dos estrofas plantean la metamorfosis: la cantora (digamos que es una ella, por comodidad, pero la letra en unisex) no vuelve físicamente a tener 17 años (no es una canción sci-fi), sino que se siente de nuevo como si tuviera 17, con esa fragilidad, con esa profundidad de los sentidos y lucidez sorprendida de quien recién abre los ojos a la vida y, sobre todo, al amor.

Volver a los 17
Volver a los diecisiete
después de vivir un siglo
es como descifrar signos
sin ser sabio competente,
volver a ser de repente
tan frágil como un segundo,
volver a sentir profundo
como un niño frente a Dios:
eso es lo que siento yo
en este instante fecundo.

Porque aunque las primeras estrofas no lo dicen, uno pronto entiende que el agente de esta transformación milagrosa es el Amor: él es quien logra que esta persona ya grande se sienta de nuevo como un adolescente (“Like a virgin”, diría Madonna en su canción, que es como si fuera un mal cover de este tema). De forma que a ella siente todo nuevo, liviano y diferente: hasta la pesada y oscura cadena del destino se percibe “como un diamante fino que alumbra mi alma serena”.

Mi paso ha retrocedido
cuando el de ustedes avanza,
el arco de las alianzas
ha penetrado en mi nido,
con todo su colorido
se ha paseado por mis venas
y hasta la dura cadena
con que nos ata el destino
es como un diamante fino
que alumbra mi alma serena.

Y es el Amor quien, ya metido en ella, va creciendo como una planta, enredándose en su ser como una enredadera sobre una pared, como un musgo en una roca, hasta que ya no hay forma de separarlos: una preciosa analogía vegetal (de prosapia clásica, como las metamorfosis del Ovidio ese, y que no sé por qué, me suena muy femenina también) que resalta, con la repetición de los gerundios (enredando - brotando) una acción en proceso: esto está sucediendo a medida que canto, segundo a segundo. Y el entusiasta verso final del estribillo, con ese “ay sí sí sí” precipitado, es sencillamente delicioso. Me mata, ese verso. Y me resucita.

Se va enredando, enredando,
como en el muro la hiedra
y va brotando, brotando,
como el musguito en la piedra.
Como el musguito en la piedra, ay sí sí sí.

En la tercera estrofa, por si quedaban dudas, se devela el enigma: es el Amor el causante de todo, el que consigue lo que no pudo (ni quería) lograr la Razón:

Lo que puede el sentimiento
no lo ha podido el saber,
ni el más claro proceder,
ni el más ancho pensamiento,
todo lo cambia al momento
cual mago condescendiente
nos aleja dulcemente
de rencores y violencias,
solo el amor con su ciencia
nos vuelve tan inocentes.

La cuarta estrofa describe los efectos del huracán Amor, un torbellino que trastoca todo y redime a las fieras (incluidas las humanas):

El amor es torbellino
de pureza original,
hasta el feroz animal
susurra su dulce trino,
detiene a los peregrinos,
libera a los prisioneros,
el amor con sus esmeros
al viejo lo vuelve niño
y al malo sólo el cariño
lo vuelve puro y sincero.

La estrofa final, a diferencia de todas las anteriores, es narrativa, cuenta una escena que es la que “explica” (sin explicar realmente) lo que pasó, y que resuena fuertemente a un episodio bíblico (como el de la Anunciación, por ejemplo): el Amor entra por la ventana, como si fuera un ángel, cubierto por su amplio manto (“¿No ves qué blanco soy, no ves?”, dice en “Eiti Leda”, otro tema mítico, posteo 127). Este Ángel viene con su propia música de fondo (“al son de su bella diana”), y, como para demostrar su poderío, hace brotar el jazmín sin necesidad de varita mágica.

De par en par la ventana
se abrió como por encanto,
entró el amor con su manto
como una tibia mañana
al son de su bella diana
hizo brotar el jazmín,

Y entonces, en los últimos versos, el Amor hace dos cosas imposibles e impensadas, transformaciones de la naturaleza a cuál más maravillosa: le pone aros al cielo (¡me encanta esa imagen!) y convierte los tantísimos años de la cantora… en apenas 17 (con lo cual la canción se cierra simétricamente con el verso inicial).

volando cual serafín
al cielo le puso aretes
y mis año´ en diecisiete
los convirtió el querubín.

Y se cierra el tema con la última repetición del estribillo, para que lo último que escuchemos sea ese “sí sí sí”.

Se va enredando, enredando,
como en el muro la hiedra
y va brotando, brotando,
como el musguito en la piedra.
Como el musguito en la piedra, ay sí sí sí.

Va la grabación original de Violeta Parra:

Y el cover de Camila Gallardo, con una voz más bella, más urgente intensa, poderosa (una voz más joven también, en esta canción eso no es un dato menor). Me gusta cómo se come algunas “s” y cómo, a pesar de sus años juveniles, puede mostrar cierta fragilidad también (como cuando dice “competente” en la primera estrofa) y luego, una potencia cuasi roquera en el estribillo final. Si bien enlentece la canción, lo hace apenitas, no llega a abandonar el ritmo:



Bonus track: cover en vivo por Mercedes Sosa, Caetano Veloso, Gal Costa, Chico Buarque y Milton Nascimento: el cover no sé si es bueno (demasiado multitudinario y bullanguero para una canción tan íntima), pero escucharlos y verlos a todos estos juntos hace que valga la pena.

https://www.youtube.com/watch?v=krEMw8E5ZAg


Volveré a verlos la semana que viene, con el cierre de la serie dedicada a las preguntas sin respuesta. Para que me reconozcan: seré el pibe ese con un jazmín en el ojal.

DJ Vago



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