solo un tema por semana,
y con que le guste al diyei alcanza

sábado, 16 de septiembre de 2017

[192] Qué amplia nariz tienes en medio de esos dos pómulos


“Malagueña salerosa” (tradicional mexicano)


La canción elegida para hoy, como penúltima entrega de la serie “Canciones de película”, es “Malagueña salerosa”, que apareció en un montón de cintas. La más reciente y famosa, “Kill Bill”, de Quentin Tarantino (una gran película sobre una venganza sangrienta), pero antes de eso estuvo en montones de filmes, pues es un tema muy famoso.



En 1947, Pedro Galindo y Elpidio Ramírez la registraron como compositores, y de allí en adelante pararon el puchero cobrando derechos de autor, pero en realidad fue una avivada, porque la canción es un son huasteco anónimo que tiene muchos, muchísimos años.

La música con seguridad es popular y anónima; sobre la letra hay algunas dudas, porque al ser tan básica y pobre, me cuesta creer que sea de origen popular. La música mexicana es enormemente rica y se destacan sus letras frescas y plenas de gracia. Piensen, por ejemplo, en “La maquinita”, llena de humor negro, o en “La llorona” (inmortal en la versión de Chavela Vargas), con esa tierna picardía sutilmente erótica:

A mí me dicen el Negro, llorona.
Negro, pero cariñoso.
Yo soy como el chile verde, llorona:
picante pero sabroso.

Ay de mí, llorona, llorona.
Llorona, llévame al río
y tápame con tu manto, llorona,
porque me muero de frío.

Bueno, “La malagueña”, también conocida como “Malagueña salerosa”, no tiene nada de eso. La música es muy bella y la canción se te pega a los huesos, en especial cuando sin aviso de pronto aparece un falsete que parece no tener fin en mitad de una palabra (“eres liiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiinda y hechicera”), pero la letra es increíblemente tosca.

La síntesis de la letra de esta canción es: “sos linda”. El resumen, un poco más extenso, sería: “sos linda, malagueña, y aunque yo soy pobre, te tengo ganas”. Para decir esto, el cantor se extiende en unas imágenes y versos que rozan lo ridículo, y a veces lo atraviesan de lleno como con una katana de Hattori Hanzo. Fíjense, si no, en la primera estrofa.

Qué bonitos ojos tienes
debajo de esas dos cejas,
debajo de esas dos cejas
qué bonitos ojos tienes.

Esto nos da mucha información: que ella tiene ojos (más de uno seguro), que son bonitos, que están ubicados debajo de las cejas, y que las cejas son dos. Toda esta información sería muy pertinente, digamos, si estuviéramos en “Star Wars”, pero localizándonos en México o en cualquier lugar razonablemente terrestre, es totalmente innecesario aclarar dónde tiene ella los ojos, y qué cantidad de cejas posee.

Durante meses estuve yo pensando otros versos similares a este:

“Qué anchos tobillos posees
arriba de esos dos pies”;

“Qué turgentes pechos tienes
bajo esos dos esternones”;

“Qué puntiaguda mandíbula
presentas encima del cuello”;

“Qué amarillos dientes tienes
en el interior de esa boca”

etcétera,

pero creo que ninguna de mis invenciones iguala la ridiculez de “qué bonitos ojos tienes / debajo de esas dos cejas”.

La segunda estrofa nos presenta también enormes inconvenientes:

Ellos [los ojos bonitos, acuérdense] me quieren mirar,
pero si tú no los dejas,
pero si tú no los dejas
ni siquiera parpadear.

O sea: los ojos de ella, que al parecer tienen voluntad propia, quieren mirar al cantor (cómo él lo sabe es un misterio más de esta misteriosa letra). Pero ella, que es como una gobernante totalitaria de sus propios ojos, los censura, no los deja que lo miren a él. Y no solo eso: no los deja hacer nada, “ni siquiera parpadear”.

Entonces, ¿ella no parpadea? ¿Va con los ojos cerrados por todas partes? ¿No se choca con las cosas? Pero si caminara con los ojos cerrados, ¿cómo él sabría que tiene “bonitos ojos”? Solo queda que ella no parpadee porque va con los ojos eternamente abiertos: ¿no se le secan, los ojos? ¿No tiene problemas en la vista? (“Qué secos y rojos tus ojos / arriba de esas dos mejillas”). Y si va siempre con los ojos abiertos, ¿cómo hace ella para impedirle a los ojos que lo miren a él? (en especial, cuando se le pone delante y le canta esos sapucais mexicanos que te vuelan la peluca).

En fin: muchas preguntas, ninguna respuesta. Pasemos al estribillo, una estrofa doble:

Malagueña salerosa,
besar tus labios quisiera,
besar tus labios quisiera
malagueña salerosa

A esta altura, ya nos damos cuenta de que ella no es una persona para él, sino apenas una suma de partes sueltas: ojos, cejas (dos), labios… Ma qué “mujer-objeto”: esto es peor todavía, es la cosificación máxima. Las feministas se lo comerían crudo (con esas bocas), al cantor.

“Salerosa” significa, claro, “que tiene salero”. El salero es una palabra española para aludir a la gracia, el atractivo y la picardía (no necesariamente acompañados de belleza física).

y decirte, niña hermosa,
que eres linda y hechicera
eres linda y hechicera
como el candor de una rosa.

Ya le dijo que tiene bonitos ojos y que es hermosa (decirle “niña” no es buena idea, tampoco: supongo (espero) que sea una imagen para decirle a ella que es muy joven, y no que la malagueña sea efectivamente menor de edad); pero lo que el cantor necesita, además de besarle los labios, es decirle (no mientras la está besando, espero) “que es linda y hechicera”. ¿Hay necesidad? ¿No estaba claro, a esta altura?

Pero aún faltaba un verso para completar la estrofa, y el cantor se las ingenia para arruinarlo, pues compara la lindura de la malagueña con “el candor de una rosa”.

¿No podía decirle: “eres linda como una rosa”? Sería un cliché bastante pavote, pero al menos tendría sentido. “Candor” significa “ingenuidad”, “pureza”. ¿Las rosas tienen candor? ¿El candor (una cualidad abstracta) es “lindo”? ¿El candor es “hechicero”? ¿Por qué el candor sería lindo? ¿Por qué el cantor, en vez de apelar al candor, no le dice, ya que vemos que no estaría participando de las marchas por “ni una menos”, de última un piropo más tradicional y que se entienda?: “estás que te partís de buena, malagueña”, “¿qué comés, bulones, malagueña?”.

Y las dos últimas estrofas, si bien corren el foco hacia la cuestión social, tampoco evitan el naufragio:

Si por pobre me desprecias,
yo te concedo razón,
yo te concedo razón
si por pobre me desprecias.

Esta estrofa, que es la única diría que parece algo que podría decir un ser humano normal, invalida el resto de la canción: si ella tiene razón en despreciarlo, ¿qué hace él ahí, rompiéndole las bolas con sus frases ininteligibles sobre cejas (dos), candores de rosa y bonituras-linduras? La secuencia lógica sería:

Él: tenés razón en despreciarme.
Ella: okey, adiós.

Pero no, él sigue ahí para una estrofa más:

Yo no te ofrezco riquezas,
te ofrezco mi corazón,
te ofrezco mi corazón
a cambio de mi pobreza.

¿Cómo “a cambio de mi pobreza”? ¿Deja de ser pobre, al ofrecerle el corazón? No. Sigue siendo pobre. ¿Entonces? ¿No debería decir “en compensación por mi pobreza”, “para contrarrestar el inconveniente de que yo sea un pelagatos”? Es decir: no le ofrece riquezas, y tampoco le ofrece oraciones sintácticamente válidas.

Pero claro, repite el estribillo y espera que la malagueña salerosa se concentre en el sapucai y los gorgoritos y no en las palabras que él le está diciendo.

La versión elegida es la de Chingón, grupo de rock-ranchero mexicano-estadounidense, que se popularizó por haber sido utilizada en la película Kill Bill, en 2003. Mantienen la gracia y la melodía de la versión original, pero la hacen más roquera y rasposa (como Avenged Sevenfold, solo que los de Chingón pronuncian bien el castellano).



Malagueña salerosa

Qué bonitos ojos tienes
debajo de esas dos cejas,
debajo de esas dos cejas
qué bonitos ojos tienes.

Ellos me quieren mirar,
pero si tú no los dejas,
pero si tú no los dejas
ni siquiera parpadear.

Malagueña salerosa,
besar tus labios quisiera,
besar tus labios quisiera
malagueña salerosa

y decirte, niña hermosa,
que eres linda y hechicera
eres linda y hechicera
como el candor de una rosa.

Si por pobre me desprecias,
yo te concedo razón,
yo te concedo razón
si por pobre me desprecias.

Yo no te ofrezco riquezas,
te ofrezco mi corazón,
te ofrezco mi corazón
a cambio de mi pobreza.

Malagueña salerosa,
besar tus labios quisiera,
besar tus labios quisiera
malagueña salerosa

y decirte, niña hermosa,
que eres linda y hechicera
eres linda y hechicera
como el candor de una rosa.

Esta canción apareció en un montonazo de películas mexicanas, y recientemente, en algunos filmes hollywoodenses. Aquí va, como cierre de este largo posteo, un popurrí de ejemplos.

- En la película “Enamorada” (1946), por unos mariachis anónimos, con María Félix (a.k.a. “María Bonita”) en el papel de La Chica Que Revolea Los Ojos, y Pedro Armendáriz en el rol de El Militar Tímido.


- Por Antonio Aguilar y Joselito, en la película “El caballo blanco” (1961). El clip comienza con una música de suspenso que no tiene nada que ver, y luego Antonio y Joselito, ambos sobre un caballo (que no, no es blanco) empiezan a cantar esta canción a dúo (choca un poco, a mí al menos, escuchar al pibito de pantaloncitos cortos decir que quisiera besar en los labios a la misma malagueña que el adulto de sombrero gigante y enterito mostaza).
El niño canta “a la española” y el grande “a la mexicana” (muy buenas voces ambos, imposible negarlo), acompañados por unas trompetas y una orquesta que no sabemos dónde están, ahí en medio del campo, y mientras tanto, por si fuera poco, desde el minuto 3 del clip hacen destrezas con el caballo, en una demostración circense bastante innecesaria.


- Miguel Aceves Mejía, “El Falsete de Oro”, que cantó esta canción en varias películas (por ejemplo, “Amor se dice cantando”, de 1959, y la de este clip, “Las canciones unidas”, de 1960). Aquí, acompañado por el famosísimo Mariachi Vargas, Miguel en su caballo blanco y con su traje típico empieza a perseguir a la malagueña (Elvira Quintana Molina), mientras le canta. El tipo es un pesado del año cero, y realmente resulta amenazante, eso de perseguir a la pobre chica mientras le canta a voz en cuello. Para nuestro alivio, la muchacha llega a refugiarse en una iglesia y lo deja cantando solo al quía con su falsete de oro y su caballo blanco.


- Otra por Miguel, en la película “Los cinco halcones” (1962). En la escena, que transcurre en una especie de pulpería, prueban una guitarra (“Ráscale, a ver qué tal suena”), y de repente Miguelito se da vuelta y, así porque sí, le empieza a cantar a una mujer que está ahí viendo si compra una cortina. Al cumplirse el minuto 1 del clip, e igual que en la película anterior, aparecen trompetas de la nada, y lo más gracioso es que Miguel decide alejarse de la mujer, camina cinco pasos y empieza a cantarle la segunda estrofa a otra mujer que está ahí (esta, por lo menos, le devuelve la mirada), y luego se van sucediendo las mujeres, les va cantando a todas por turnos, es muy ridícula la escena, muy graciosas las caras que ponen las distintas mujeres cuando él les canta. Miguel hace la canción un poco más lenta e íntima, y canta muy bien sin dudas.
https://www.youtube.com/watch?v=LLPekLFTBz4


- Comienzo de la película “Érase una vez en México” (2003), con Salma Hayek y Antonio Banderas (y Enrique Iglesias, que habría hecho mejor en seguir su carrera como actor). Aquí Antonio, mientras pasan los créditos de la película, simula tocar la guitarra (una guitarra bastante chota y pobretona, que sin embargo suena como de súper concierto).


- Final (alerta spoiler…!) de la película “Kill Bill” (2003), de Quentin Tarantino incluyendo los créditos finales. La versión es la de Chingón.


Y eso es todo por hoy. Me voy a poner un colirio en los (dos) ojos enrojecidos que tengo debajo de mi (una) ceja, y a descansar hasta la semana que viene, cuando terminará esta serie de canciones de cine.

Candorosamente se despide:


DJ Vago

No hay comentarios:

Publicar un comentario